lunes, 29 de septiembre de 2008

El día que jamás olvidé


En mis años como reportero de sucesos, a veces me preguntan que ha sido lo más impactante para mí, principalmente cuando se enteran de que me ha tocado cubrir tantos hechos donde han muerto hombres, mujeres y niños. Y la respuesta la tengo casi en la punta de la lengua.
Fue un 20 de febrero de 2002, un día de tantos en la nota roja. Me avisaron sobre un incendio en el orfanato Nuestra Señora del Pilar, en Zaragoza, municipio de Chimaltenango; en el cual murieron seis niños. Esa mañana la tengo presente en la memoria, que no me resulta difícil hablar de ella. Estaba nublado, hacía frío; en fin, la temperatura típica de aquella región del país.
Al llegar al diario, lo primero que hice fue hablar con Adolfo Mejía, el fotógrafo que en ese tiempo estaba asignado a cubrir sucesos. Le comenté lo que ocurría y que saldríamos para allá al tener la autorización del jefe. También me puse en contacto con el corresponsal de aquel departamento, mi tocayo Julio Román, y me contó que en verdad era una tragedia. Salimos entonces en un jeep samurai de inmediato.
El orfanato se había incendiado- según constan en los registros de la Policía y los Bomberos- por un cortocircuito. Cuando llegamos vi las caras consternadas de los pobladores. Había motobombas alrededor de la cuadra, el olor a quemado invadía todo el lugar y los socorristas aún retiraban los escombros para que el fuego se apagara por completo. Entramos al fatídico lugar, y vimos varias cunas y camas pequeñas casi carbonizadas. El llanto de las monjas y las vecinas por la muerte de los niñitos, hacía un ambiente más amargo y dramático.
Entrevisté a una adolescente, Edna Viviana Escobedo de 14 años; y me dijo que el fuego se había propagado rápidamente a las 6:30 de la mañana.
-Por un rato oímos que los niñitos lloraban; mucha gente trató de entrar a sacarlos, pero no pudieron por el fuego; después no escuchamos nada-, dijo mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Para su edad era un tremendo momento.
Pero no se necesita ser maduro para darse cuenta de la difícil situación. Me acerqué al lugar donde murieron los seis niños, y comprobé cuanta amargura provocaba aquella escena. Como papá me sentí reflejado en aquella tragedia, y por un momento pensé de cómo me sentiría si les hubiera pasado algo así a mis hijos. Supe entonces que a pesar del tiempo que tenía de cubrir la nota roja, de que los manuales de periodismo señalan que el reportero no debe ser más que un espectador y transmitir la información lo más profesional, no se puede dejar de ser humano y sentirse afectado.
No fui sólo yo. En aquella época llegamos varios periodistas, y recuerdo que uno de ellos es Estuardo Martínez, alias el Grillo; y su compañero fotógrafo Wilfredo Hernández. Tengo vivo el momento de cuando esperamos afuera del orfanato a que los bomberos sacaran envueltos en sábanas blancas los restos de los niños calcinados.
Una monja cargaba una cruz de madera. Y detrás de ella la seguían sus compañeras y feligresas que se les unieron para cantarle a la Virgen María, para implorar por las almas de los fallecidos. Fue un momento triste. Wilfredo se agachó con su cámara para hacer la foto de ese momento. Se me humedecieron los ojos. Sentí pena y dirigí la mirada hacia el Grillo, que también lloró calladamente. Pasó el grupo frente a nosotros, y Wilfredo no se levantó. Entonces Martínez empezó a preguntarle si había tomado la foto.
-¿Tomaste la foto?-, le preguntaba.
Después de insistir, finalmente Wilfredo se levantó y nos dijo que no pudo tomar la foto. Empezó a secarse las lágrimas. Y fue cuando todos comentamos que nos había impactado, que era muy duro lo sucedido, pues se trataba de niños inocentes que no pudieron saltar de sus cunas para ponerse a salvo.
Han pasado seis años desde ese hecho, y no lo olvido, porque ese momento marcó mi vida. El día que jamás olvidé.

1 comentario:

Nancy dijo...

Cada vez que leo esta historia me dan ganas de llorar. No puedo dejar de admirarte porque a pesar de todo lo que te ha tocado vivir no has perdido la sensibilidad.