domingo, 25 de enero de 2009

Las amarguras de la Tormenta Stan


El Stan

Día 1: “El tiempo cada vez mejora, por lo que pronto tendremos nuestros acostumbrados días soleados”, dijo el presidente de la República, Oscar Berger, en conferencia de prensa en la base Naval del Pacífico aquella mañana del 5 de octubre de 2005. Fingía que la tormenta Stan se disipaba, y sugería que la población tendría un invierno normal.
Para los reporteros que escuchamos aquellas palabras, y que además cubríamos la emergencia, nos sonó divertido, pues en el casco urbano del Puerto de San José, en Escuintla, empezaban a notarse los estragos de la tormenta, y no era necesario hacer mucho, sólo caminar por las calles inundadas para ver que se iniciaba una tragedia.
Desde el domingo dos de octubre habíamos sentido la fuerza de la naturaleza. Estaba frente al televisor entretenido con un programa musical, cuando sonó mi teléfono celular. Vi. que era el número del diario. Eran como las 9:00 de la noche.
Se me ocurrió fingir que me habían despertado.
― Estoy durmiendo ―, dije.
Al otro lado del teléfono contestó Miriam Larra, la editora de turno, quien se reía.
― Disculpa, pero hay que salir—. Explicó que había que dirigirse al puerto, pues las lluvias habían aislado varias aldeas, aunque no pudo precisar cuantas ni cuales.
Es así como empezó un viaje que duró una semana. Al concluir, descubrí que fue toda una odisea. La aventura terminó en Panabaj, en Sololá; y conforme pasaron los días caí en la cuenta de lo arriesgado que fue.
Panabaj fue declarado camposanto, luego que apenas lograran sacar 77 cadáveres y las autoridades declararan el lugar inhabitable, con más de tres mil personas desaparecidas.

XXX

La noche que emprendimos el viaje al Puerto la lluvia no daba tregua. Cuando llegamos al área urbana eran aproximadamente la 00:30 de la madrugada. Lo que hicimos fue acercarnos a la compañía de bomberos Voluntarios, y el socorrista que nos atendió nos indicó que el lugar más afectado estaba al lado de la vieja carretera al Puerto.
Con Adolfo Mejía, con quien cubríamos la nota roja en esa fecha, analizamos que la lluvia estaba fuerte y llegar en oscuras era un peligro, pues decían que el río estaba desbordado, por lo que decidimos salir en cuanto amaneciera. Le dijimos al piloto que buscara un lugar para estacionarnos, para dormir un poco mientras llegaba la claridad.
En eso vimos un picop con la insignia de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), y en su interior dormían dos empleados de la entidad. Le dimos unos golpes al vidrio lateral del copiloto, y uno de los que allí descansaban lo bajó. Le dijimos que éramos periodistas y que nos interesaba llegar al sitio donde estaba la inundación.
― Nos respondió que ellos tenían la ubicación, pero a ellos se les había descompuesto el picop, y esperaban que les llegara apoyo ―.
Volvimos al carro, y decidimos con Mejía que lo ideal era buscar un hotel para tener un buen descanso y al amanecer salir de inmediato a ver el lugar.
En una pequeña cama del hotel en que nos hospedamos, escuchaba llover sin pausa. Lo que me venía a la mente era qué sucedería si se elevaba una enorme ola y nos sacudía con todo y la estructura del hotel. Aún así, logré que mi mente se disipara y logré conciliar el sueño.
Al tener claridad, hablamos por celular con los compañeros de Nuestro Diario, Armando Solórzano y Deccio Serrano. Nos reunimos en el parque del Puerto y desde allí nos dirigimos hacia las aldeas en la vieja carretera.
No logramos pasar más allá del kilómetro 181, porque había una enorme laguneta. Unas cuantas personas se animaron a atravesarla caminando o en bicicleta por la orilla. Parecía un diluvio, el agua no cesaba.
Vimos que se acercaba a la laguneta a un señor que llevaba en hombros un tambo plástico de cinco galones. Hacía cualquier intento por no caerse. Cuando se acercó a nosotros le peguntamos que llevaba, y nos respondió que leche y necesitaba aventurarse para ir a venderla.
― Necesito dinero para darle de comer a mi familia ―, dijo.
Después se asomó una mujer en bicicleta, y contestó que se dirigía al área urbana del puerto, pues trabajaba en el IGSS.
Después de ver todo esto, regresamos al área urbana. Para entonces las calles estaban convertidas en piscinas. Regresamos a la calle donde está la compañía de bomberos, y nos sorprendió ver que ellos mismos estaban evacuando sus unidades. Aunque en el segundo nivel dormían varias personas a quienes les habían dado albergue. El barrio frente al inmueble de los socorristas corría un enorme río que había inundado todas las casas y el caos se apoderaba poco a poco del viejo Puerto.
La gente empezó a sacar sus cosas, a salvar sus electrodomésticos y ver hacía qué lugar podían refugiarse. Las Bocabarras estaban tapadas y el mar estaba agitado, así que no había ninguna posibilidad de sacar las toneladas de agua. Era preocupante ver que no había ningún sitio a donde escapar. (seguirá).

1 comentario:

Nancy dijo...

Ay Julito, ya me dejaste picada. Parece ficción, pero lamentablemente no lo fue. Parezco necia diciéndote lo mucho que te admiro, pero es la verdad. Me gustaría que los estudiantes de periodismo leyeran tu blog para que se pensaran dos veces si tienen las agallas de seguir adelante. Muy buen relato, esperaré la segunda parte.